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Tarde triunfal de los Goyos (11/02/2004)

Con nubes y claros, y una temperatura agradable, ideal para la lidia, un lleno hasta la bandera para presenciar este largamente esperado festival goyesco.

 


Comenzó el festejo con una lidia confusa, la de que nos deparó Goyo de Jesús Gil con Fiscalito, pues tal era el nombre del primero de los toros, portador del hierro de los Villarejo. El diestro soriano no lo vio claro en ningún momento, mostrándose atolondrado con la capa. Despachó desordenadas series de disculpas y coartadas, rematadas con alegatos persecutorios, que dejaron un tanto frío al respetable. Poco castigado con la vara, y difícil de banderillear, pese a la buení- sima voluntad de Joserra Brunete y de Josean Abellán, en ningún momento permitió el lucimiento del de Osma con la muleta. Sin apenas enlazar dos argumentos naturales seguidos, el diestro soriano remató con dos pinchazos ostentoreos y otros tantos intentos de descabello, que requirieron el mareo de capotazos de Abellán y Joserra para intentar dar en tierra con un morlaco que no daba señales de muerte. Silencio, sólo roto por algún pito desde la andanada.

Algo más entonado estuvo Gil con su segundo, tan escaso en carnes que casi parecía novillo, y menguado de pitones, aunque, eso sí, bien afilados. Tentó por izquierda y derecha, en largo y en corto el diestro, que pareció más decidido ante la poca presencia de un tal Mindundi, procedente de la ganadería de Vicente Calderón. El toro fue severamente castigado con la vara, y asaetado, más que banderilleado, por Manolete, de cuya boca, a la par, manaban chorros de baba, asemejando un manantial de alata montaña en plena época de deshielo. Muleta en mano, el de Osma engarzó varias meritorias series de sus naturales desplantes, rematados siempre con altisonantes insultos a todo pecho. Un bajonazo, rayando lo rastrero, dio con la res en el suelo, que no necesitó descabello. Una oreja, protestada desde la siempre inconformista e insaciable andanada, fue el justo premio para el sobrio torero castellano, que sólo amagó la vuelta al ruedo para acabar saludando desde el tercio.

Cerró su terna Goyo de Jesús con un bragado de imponente presencia, procedente de la ganadería de la Audiencia Nacional y de nombre Interventor. Sin embargo, la presencia del astado pronto se mostró engañosa, pues a los primeros envites evidenció mansedumbre y flojera de remos, lo que lo llevó a clavar un par de veces los cuernos en el albero. La reiterada petición de devolución del toro a los corrales, particularmente intensa desde la andanada del humo, fue vana, ante el evidente deseo del soriano de proseguir con la lidia del manso. Tras un insustancioso tercio de varas y la inserción de unos pares de banderillas que más parecieron imposiciones de insignias de oro y brillantes, por parte de Enrique el Guindalero, Goyo de Jesús deleitó con la muleta. Unos habanos por aquí, unos güisquitos por allá, secretarias macizas y sugerentes por acullá, más la insinuación del disfrute de algún discreto inmueble marbellí, se fueron sucediendo con natural cadencia y discreción, intercalándose con alguna facturilla dudosa, unos cuantos desvíos de fondos a paraísos fiscales y un par de cuentas que no cuadraban. En fin, todo el conocido y celebrado repertorio del maestro de Osma, que culminó la faena con una estocada en todo lo alto. Dos orejas, petición desestimada de rabo y vuelta al ruedo a los sones de su pasodoble Y tal, y tal y tal, culminaron el tremendista trabajo desplegado por el de Osma.

Pero la verdadera sorpresa de la tarde la dio Goyo Manzano. Su conocido y celebrado gracejo andaluz se esperaba sirviera de contrapeso a la castellana sobriedad de su partenaire. Sin embargo, el de Bailén hizo gala de portentosa frialdad y estudiado método, de clara inspiración cartesiana, que es toda una innovación en el universo taurino. Con sobriedad y cálculo afrontó la lidia de su primero, el peligroso, por resabiado, Zapatones, que dio un juego desigual. Un par de desafiantes desplantes, bien medidos y planificados, mirada fija en la grada, como esperando el beneplácito de la misma, le sirvieron para meterse a buena parte de la misma en el bolsillo. Buenas varas y banderilleo sin concesiones por parte de El Guindalero y Miguelillo Calam, que al usar railetes de castigo dejaron en exceso tocado al toro para el trabajo con la muleta. Con ésta, el bailenero anduvo un tanto insustancial, transmitiendo una sensación de falsa seguridad, que condujo a la faena por senderos desdibujados, para ser terminada con no demasiada maestría en el uso del estoque. División de opiniones al final.

El segundo del jienense, que lucía divisa de Valdeolivas, desató la polémica en los tendidos, ya que Barrendero, pues tal era su nombre, estaba descaradamente afeitado. Pese a ello, y a su evidente lealtad, rayana con la mansedumbre, fue tratado sin piedad por los ominipresentes Calam y Guindalero en la suerte de banderillas, en la que, incomprensiblemente, repitieron con los palitroques de castigo. El jienense anduvo firme con la muleta, aunque dando la sensación de estar más pendiente de los consejos e instrucciones que desde la barrera continuamente le daba su tocayo, partenaire y padrino. Firme y decidido con el estoque, derribó al torete de una estocada limpia, que hizo innecesario el uso del descabello y casi de la puntilla. Oreja protestada tímidamente desde el siempre bullicioso tendido de sol.

El que cerraba festejo fue todo un regalo para el de Bailén. Generoso de carnes y romo de cornamenta, Fortunato se mostró algo más que noble y manejable: pareció dócil y predispuesto. Un impecable trabajo de los picadores, más unas diestras banderillas a cargo de Abellán y Manolete, dejaron el toro a punto de caramelo para la muleta. Pero el evidente desconcierto del diestro, que pasaba desordenado de un rombo a un doble pivote y de dos puntas a uno solo, más los cambios de portero sin ton ni son, a punto estuvo de dar al traste con todo. Empero, la bondad y magnánima predisposición del bicho vino a salvarlo todo. Ante el nerviosismo del jienense, poco le faltó al animal para coger él mismo la muleta y autotorearse. Corregía su trayectoria para acomodarse al trazado dubitativo de la muleta, rectificaba la misma para evitar causar daño a su oponente; y para rematar la faena, la indecisa estocada que lo buscaba hubo de ser finalmente encontrada por él mismo, para terminar restregándose contra el burladero hasta conseguir convertir una media y casi desprendida estocada en otra hasta la bola, mortal de necesidad. El respetable, generoso hasta decir basta, pobló la grada de pañuelos, que hicieron inevitable la concesión de una nueva oreja, con la que dio vuelta al ruedo, entre masivos y monocordes gritos de '¡a Europa, a Europa!'.

Con tanto apéndice desprendido de su portador natural, parece obvio decir que el lucido festejo goyesco acabó con la salida a hombros de los dos diestros. Aunque faltaron espontáneos que se lanzaran al ruedo para aupar en sus hombros a los toreros -el peso de ambos disuadía de tal conducta-, los subalternos supieron como siempre interpretar el sentir callado del sufrido pueblo, y cargaron con ellos sobre los suyos propios, para así permitir que la tarde acabara como merecía: con la salida de los Goyos por la puerta grande.

Posted: feb 11 2004, 12:00 por SDHEditor
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