Es sabido que tal fue el grito con el que Millán Astray interrumpió un discurso rectoral de Miguel de Unamuno, en plena Guerra Civil, para demostrar quién y con qué excelente criterio empezaba a mandar en la nueva España que se construía desde la destrucción en los campos de batalla.
¿Y a qué viene esto, se preguntaran muchos, si no todos? Pues viene a cuento de la polvareda que ha levantado la sanción de la UEFA al galáctico Roberto Carlos.
Podemos leer y oír en estos días que esto es el principio del fin de la justicia en el fútbol, cuando no del fútbol mismo. Y lo dicen hasta personas tan sesudas y ponderadas como Relaño y S.Segurola, ¡nada menos!
Esto significará, nos dicen, que el devenir y desenlace de los partidos acabarán dictándolo burócratas ajenos al fútbol en sus despachos, con decisiones que dependerán de la selectividad de las imágenes. Es el nefasto rearbitraje (sic). A tal opinión se añaden entusiastas, cómo no, los árbitros -o mejor dicho, la burocracia gorrona que a cuenta de ellos anida en los despachos federativos-, alegando la desigualdad que el uso de las imágenes televisivas representaría para el llamado fútbol modesto, además de la degradación de la función arbitral que traería consigo.
Veamos. ¿Es injusto que alguien decida desde un despacho, a la vista y revista de unas imágenes grabadas, modificar las consecuencias de una decisión arbitral? Puede que sí. Pero, ¿no hacerlo asegura la existencia de un procedimiento decisorio y sancionador no ya más justo sino hasta más razonable? No, rotundamente no.
¿Qué hacer entonces? Usen los recursos tecnológicos como ya se usan en otros deportes en vivo y en directo. Permitan que el árbitro, ante una duda, se asesore de un cuarto juez que contempla las diversas imágenes televisivas posibles in situ, para que pueda decidir con más fundamento. ¿De qué sirve ahora ese espantajo llamado cuarto árbitro, además de para hacer de chivato o acusica ante el árbitro principal de lo que se cuece en bandas y banquillos? ¡Denle una verdadera utilidad!
El rugby, deporte tradicionalista donde los haya, no se ha derrumbado por ello, ni por las esperas de minutos mientras el árbitro principal conversa a distancia con el que desde una cómoda cabina escruta las imágenes recién grabadas de la jugada conflictiva.
Verían ustedes entonces reducida a anécdota esos calamitosos offsides que desesperan al sufrido delantero, casi imposibles de decidir correctamente, dado que los linieres no tienen un tercer y cuarto ojo en donde llevan las orejas. Verían cómo el pressing-catch en las áreas se reducía a la nada, de qué manera los astutos agresores se lo pensarían dos veces antes de dar la furtiva patadita o el sibilino codazo sin haber balón de por medio.
Pero claro, quien vive cómoda y ventajosamente instalado en el sistema vigente, por beneficiarse de la oscuridad que genera, no quiere que la luz resplandezca. De noche todos los gatos son pardos, sobre todo, y por paradójico que pueda parecer, los que visten de resplandeciente blanco.
¿Que esto no se puede hacer en el llamado fútbol modesto? Por supuesto que no. Como no se hace en los campos donde aficionados disputan partidos de fútbol americano o de rugby. Pero aquí no hay tantos intereses profesionales y económicos en juego, y además, nadie se ha muerto por ello. ¿O acaso sí, señores Butragueño, Segurola, Relaño y demás enemigos de las Luces en el fútbol.
Por lo demás, suena un poco raro y nada inteligente, que ahora maldigan lo que años ha, cuando sancionaron del mismo modo a Simeone por una condenable acción sobre el entonces sacrosanto Julen, celebraban con algarabía la sanción del Cholo y bendecían llenando sus bocazas con la palabra justicia.