El Imperio, Movilla y el Atleti (18/03/2004)
Pues mire usted por dónde, cuando las huestes imperiales sólo pensaban en dónde colocarían este trofeo que tanto se les resiste últimamente, ¡zas!: llega el modesto Zaragoza, se despacha un buen partido, ellos otro más de los horrorosos que prodigan este año, y la Copa del Rey se marcha en autocar de Barcelona, en vez de hacerlo vía El Prat.
Fui uno de los muchos que participaba del pronóstico abrumadoramente favorable los merengues -de su 'favoritismo', que decía Míchel, en uno de esos lapsus tan propios de su repulida incultura-. De hecho, no me puse a ver el partido hasta el segundo tiempo, cuando supe por el teletexto que al descanso los maños iban por delante en el marcador.
Como cabe suponer, la alegría de ver caer derrotado al Imperio fue grande, y más cuando comprobaba la rabia llena de soberbia que destilaban los patadones impunes del calvo marsellés, o la conducta antideportiva de esa fugaz nova del firmamento futbolero con pinta de Pájaro Loco que responde al nombre de Portillo.
Pero mira tú por donde, el bueno de Movilla vino a aguarme involuntariamente la fiesta. ¿No se le ocurrió nada mejor a este gran chaval que dedicar la victoria a la hinchada colchonera? Me sentí fatal, como uno más de los cientos de miles de aficionados de cualquiera de los llamados equipos modestos -segundones, tercerones o cuarterones- que llenan la geografía española. De esos que en las grandes citas siempre han de participar vicariamente, porque su equipo ni está ni se lo espera como protagonista de tales eventos.
Gracias por tu magnífico detalle, Movilla, que dice mucho de ti como persona, pero con él, desgraciada e inintencionadamente, me hiciste ver la pequeñez, la insignificancia, a que nos vemos condenados hoy, y quién sabe cuántos mañanas más aún, los seguidores del Aleti.