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Las Perlas del Foro de Señales de Humo

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El Foro de Señales de Humo, a lo largo de su historia en múltiples formatos, siempre ha sido sinónimo, entre otras cosas, de calidad en los escritos de sus participantes. Aquí se ofrece el histórico de aquellos escritos que merecieron el "¡¡A Columnas!!" por parte del resto de foristas.

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Epitafio tardío (15/09/2004)

Repasar el florilegio que ha recabado la web de “Señales de Humo” con la prosa exquisita de Gil, vertida a lo largo de lustros, es una tarea deprimente.¡Y pensar que va para gran prócer con estación de metro y placa conmemorativa! Espero que, si se consuma la broma pesada —¿qué otra cosa puede ser el anunciado proyecto de inmortalizar a Gil?—, los autores materiales tengan a bien decorar los muros de la estación con algunas de las lindezas que esa caballería sin freno dejó para la posteridad. (Descuiden, no me dignaré repetir las más groseras, y las hay de concurso.)

El caso es que tamaño artista del verbo, de la política municipal y de la administración de clubes balompédicos tampoco dominaba el arte del insulto. Gil fue un archipatán que ignoraba que lo era. Como hombre público parecía inventado a propósito para denigrar… al hombre público. Ofreciéndose como espectáculo, esa nulidad satisfecha de sí misma puso la ineptitud de moda. (De ahí la admiración que tanta gente le profesaba.) Hasta no hace mucho, las personas que no sabían hablar o que no tenían nada que decir permanecían dignamente calladas o guardaban un prudente silencio. Gil nos abocó a la necedad y la ignorancia en paños menores. Anduvo por las vidas de todos de recital en recital a base de un único número: la injuria y la calumnia, ejercidas del modo más zafio. Ajeno a cualquier especie de mérito, sólo disfrutaba de verdad cuando se permitía farfullar en inglés —idioma que le divertía estropear—, o cubrir de denuestos a sus oponentes, que el rebajaba a simples obstáculos. (Llamando “delincuente puro” a un juez, quizá sólo proyectase la verdad que le arrojaba su espejo.) El dicho “Ni una mala palabra ni una buena acción” no le cuadraba a alguien como él, tan huérfano de justas palabras y rectas acciones. De esa auténtica antología de la barbarie recopilada por Señales de Humo mentaré un cinismo que lo retrata: “El defecto que tengo es que creo que todo es mío”. En el rudimentario ego de Gil cabía poco mundo. Estaba solo, aunque lo rodeaban las multitudes. (Es fama que su mejor confidente y amigo atendía por Imperioso.)

Lo peor de estos años con Gil no han sido —al menos para quien esto escribe—, los resultados del Atleti o la ruina del club, sino el oprobio de verlo desenvolverse.

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