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Las Perlas del Foro de Señales de Humo

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El Foro de Señales de Humo, a lo largo de su historia en múltiples formatos, siempre ha sido sinónimo, entre otras cosas, de calidad en los escritos de sus participantes. Aquí se ofrece el histórico de aquellos escritos que merecieron el "¡¡A Columnas!!" por parte del resto de foristas.

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¿Hay elección? (23/09/2004)

La cuestión sobre si Alternativa Atlética debe permanecer en la escena pública —incluso sin que le hagan caso la mayoría de los medios de comunicación— o disolverse hasta mejor oportunidad, dado que su oferta para hacerse cargo del club fue rechazada, es pertinente. Expondré las razones en las que fundo mi discrepancia con Fernando, que en esta misma página defendió o certificó el inevitable abandono. El Atlético de Madrid no es “El Corte Inglés”, ¿cierto? Si el Atlético de Madrid fuera una mera sociedad anónima —tal que “El Corte Inglés”— no habría lugar para la polémica y la plataforma que lidera Alfonso Camba haría muy bien en eclipsarse. Pero resulta que las meras sociedades anónimas carecen de dimensión pública, aunque sean tan relevantes para la economía del país como la citada, justo lo contrario que los clubes de fútbol, por muy sociedades anónimas que sean.

El régimen jurídico-mercantil bajo el que compite el Atlético es el de Sociedad Anónima Deportiva. Si fuera como El Corte Inglés, sus administradores deberían rendir cuentas ante una Junta de Accionistas y sanseacabó. En el Atlético la propiedad de las acciones y la gestión recaen en las mismas personas. Pues bien, aun en este caso —en el que los que poseen y los que administran se funden y confunden— el Atlético sigue sin ser de los Gil y de Cerezo. (Nota bene: no lo sería aunque fuese una entidad del tipo “El Corte Inglés”, ya que, a diferencia de la marca de grandes almacenes, el Atlético está en números rojos y es, por tanto, de sus acreedores, al menos en pura ortodoxia económico-legal.) Pero es que, como dijimos arriba, los equipos de fútbol, incluso los convertidos en empresas, poseen una dimensión pública innegable. De ahí que una cosa sea la titularidad del accionariado del Atlético y otra muy distinta la propia institución, con sus seguidores, sus  peñas, su palmarés —mejor o peor—, sus futbolistas actuales y pretéritos, sus preparadores… Me olvidaba de los rivales. Sí, el Atlético también es de sus rivales como, a su vez, él posee un trocito de ellos. Pensar que esa pluralidad puede quedar anulada o ser reducida al silencio por un fallo judicial o por una firma en papel del Estado es de ilusos. Ya quisieran Gil Marín, Cerezo y la banda de marmolillos que trasladan sus consignas a través de los periódicos que la cosa fuese tan sencilla, pero ni siquiera ellos deben de sentirse muy seguros de su posición, pues insisten, erre que erre, en sus vanas argucias. (La de fingir que Alfonso Camba no habita entre nosotros raya en la grosería.) En resumen: el Atlético no es una cosa inerte —un cuadro, un piso, un revólver— o un animal doméstico, por mucho que Giles y Cerezos lo hayan embrutecido. Si lo fuera, sería de su dueño aunque no de un modo absoluto, pues existen obligaciones para con lo poseído —cuidados, protección, etc.—, pero resulta que, ni como sociedad anónima ni como club de fútbol, tiene dueño o es de nadie en particular. Y aquí entra Alternativa Atlética y el cometido que, a mi juicio, está obligada a ejercer. Soy de los que creen en la falta de ambición pública de Alfonso Camba. Al revés que el Difunto y su progenie —se cuenta que, cuando accedió a la presidencia del club, Gil, exultante, le dijo a uno de sus vástagos: “¡Mira lo que hemos comprado por 400 millones!” Se refería al estadio y los dineros eran los que desembolsó por Paulo Futre—, a Camba le encantaría permanecer en el ámbito privado de sus negocios y su familia. Si de él dependiera, se limitaría a acudir al Calderón para disfrutar con el juego del equipo y compartir con el Atleti —siquiera sentimentalmente— su hado adverso o victorioso. A él —como al común de los seguidores colchoneros— le encantaría que entrase la bolita, pero, a diferencia del común de los abonados, sabe que la bolita no va a entrar, por mucho que fanfarroneen los Gil, los Cerezos y los lacayos botarates que forman su insufrible coro. Y lo peor no es no vaya a entrar la bolita —esto sería lo de menos, pues otras veces no entró sin que nadie se rasgara las vestiduras— sino que el Atleti parece abocado primero al bochorno y después a la desaparición, lisa y llanamente. (El último episodio sonrojante —y que delata la pésima salud de la entidad— fue la celebración de la igualada con los culés a base de cánticos dignos de la conquista de una Copa de Europa.) Que algo atesora una dimensión pública significa que es asunto de todos cuantos se sienten concernidos por ese algo. Y para que la diligente preocupación por lo que importa a muchos sea operativa ha de constituirse en opinión pública, a cuyo fin de nada sirve que cada cual se contente con rumiar en su fuero interno ideas a propósito de esto o aquello. Dichas ideas han de trascender, han de adquirir relevancia pública. Si el Atlético no fuera también asunto de Alternativa Atlética y de los pocos aficionados que aún se atreven a mirar la deplorable trayectoria del club con los ojos de la cara —y no con las canicas de colores que, entre chalados, sustituyen al normal órgano de la vista—, Camba tendría derecho a encogerse de hombros y seguir su camino. Pero…

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