Ni contigo ni sin ti (14/10/2004)
Peliagudo destino, casi trágico, el que aguarda a quien ejercer quiera de colchonero luchador y responsable, en los tiempos que corren a orillas del Manzanares.
Sabido es que el buen -a fuerza de fiel- seguidor construye su memoria de manera tópica. No la construye sobre registros estadísticos rigurosos, donde consten hechos transformados en signos. No, la construye a base de imágenes, más o menos fieles, que guarda interiormente y de vez en cuando rememora, si la ocasión –un determinado partido, una charla con amigos- lo propicia. Y entre tales imágenes hay una en especial fuerte por constantemente renovada: la del estadio del equipo de sus amores. Éste, de tal forma, pasa a convertirse en seña de identidad decisiva de su vida, en la medida en que su pasión por unos colores lo lleva una semana sí y otra no, durante largos años por lo normal, a ocupar un sitio –su sitio- en dicho estadio.
Príveselo de tal rutina, y sus, a veces, correspondientes ceremonias y rituales, y no ya su identidad como seguidor, sino una parte más o menos sustancial de su misma persona, se derrumba.
Entiendo, por ello, que la chispa de la rebelión contra Giles y Cerezos pueda quizá prender ahora, cuando la avaricia e ineptitud de éstos amenaza la vida del Calderón. Pero ello no debiera ser óbice para entender también otra cosa: que la ruinosa situación de nuestro querido Aleti, es muy probable que no tenga vuelta de hoja si no es a costa de enajenar los terrenos en los que se levanta el Calderón.
Lo que resulta de todo punto inadmisible es que la tal operación vaya a ser urdida por quienes, con su malhacer, nos han abocado a esta situación ruinosa. ¿Podemos fiar en ellos acaso tan delicada, trascendental y traumática operación? La pregunta es retórica, luego huelga responderla. Pero no huelga responder a esta otra, en mi opinión: ¿debe la justa y necesaria no ya oposición sino lucha contra tales malhechores hipotecar cualquier venta del Calderón, sea cual sea la circunstancia?
La pregunta no me parece baladí, pues si la ocasión se diera para que los destinos colchoneros pasaran a ser egidos por personas más competentes y honradas, un pronunciamiento expreso y contundente de la afición contra la venta del Calderón, sin más, las dejaría, muy probablemente, atadas de pies y manos para resucitar al moribundo Aleti.
Pero ¿cómo hilar tan fino cuando de movilizar a una masa social se trata? No es tal tarea proclive a permitir sutilezas de esta índole, por lo que el riesgo de producir un efecto no deseado es evidente. Podemos salvar el Calderón, a nuestro querido Calderón, y con ello evitar la última, por decisiva, fechoría de los malhechores. Mas es probable que éstos -con el silencio cómplice o manso de tantos- hayan clavado su daga tan hondo que el mal sea ya irreparable, y que si se van por el clamor pro Calderón, se vaya también casi cualquier esperanza de ver renacer a nuestro Aleti.
Así de duro es nuestro destino. ¿Ni contigo si sin ti tienen mis males remedios, que dice la copla?