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El Foro de Señales de Humo, a lo largo de su historia en múltiples formatos, siempre ha sido sinónimo, entre otras cosas, de calidad en los escritos de sus participantes. Aquí se ofrece el histórico de aquellos escritos que merecieron el "¡¡A Columnas!!" por parte del resto de foristas.

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De entrada, no (30/10/2004)

Meses atrás expresé mi opinión sobre la venta del estadio del Atlético de Madrid. En principio, este tipo de negocios me producen aprensión y no por razones sentimentales, sino de justicia y de sentido común. Yo creo que una ciudad no debe plegarse a los intereses de sus clubes de fútbol y los planes urbanísticos no están para que ediles y cargos públicos jueguen alegremente al monopoli con fondos y recursos que son de todos. Por desgracia, con el Madrid se ha sentado un pésimo precedente. La gigantesca especulación, encaminada no sólo a sacar al Real de la bancarrota sino a enriquecerlo del modo más fulminante —saldó su deuda, multiplicó por diez su patrimonio físico y entró en la puja por los grandes cracks del fútbol internacional—, tenía, por fuerza, que traer cola. La cola es que a la puerta del Ayuntamiento y de la Comunidad han llegado en plan pedigüeño dos pobres nada solemnes: Cerezo y Gil Marín.


Ambos intentan crear un clima propicio a la siguiente falacia: una injusticia se mata con otra, pero ocurre lo contrario: se comete una injusticia doble, una injusticia multiplicada por dos. Peor aún, en el caso del Atlético sobran motivos para sospechar que todo cuanto suceda irá en detrimento del club. Y si la operación de la Ciudad Deportiva fue estupenda para los merengues y mala para Madrid, puede que la operación del Calderón sea mala para Madrid y mala para la entidad rojiblanca. Al fin y al cabo, Florentino no es más que un presidente electo —alguien que está en el Real de paso—,  mientras que Gil Marín y Cerezo son dos especuladores con ganas de redondear un buen negocio a costa del club colchonero. No hay ninguna garantía —al revés, existen numerosos indicios de lo contrario— de que el plan de los actuales dueños del Atleti consista en reflotar la institución que previamente hundieron. Lo más lógico es que, una vez el club valga estrictamente lo que monte su plantilla de jugadores, lo pongan a la venta. Ahora no pueden  porque el Atleti no es más que un montón de débitos y pagarés atrasados y lo devoran los números rojos.

Gil Marín y Cerezo también están de paso, pero sólo se largarán motu propio cuando toda expectativa de nuevos lucros haya sido agotada, aunque lo decisivo aquí es que, abriguen pías o nefastas intenciones, nadie podrá impedirles hacer de su capa un sayo.

Por consiguiente, me opongo. Me opongo a la prevaricación que entrañaría subvencionar con dinero público actividades privadas de dudosa legalidad al objeto de enjugar, con cargo a los presupuestos generales del Ayuntamiento, la Comunidad o ambos, las consecuencias de un saqueo metódico como el padecido por el Atlético de Madrid a manos de los sujetos que lo desgobiernan. Redomados gángsters o meros incapaces, Gil Marín y Cerezo no pueden recibir ningún premio por su desastrosa gestión.

Si las autoridades de Madrid quieren ayudar al Atlético lo primero que han de hacer es decirles a los dos avispados tunantes que lo administran: “Con ustedes no hay trato posible. Salgan del club”. Y dejar que esa recomendación trascienda, para que los cándidos forofos del Atleti sumen dos y dos y le digan de una buena vez a la parejita: “tíos, ahí tenéis la puerta”.

 Y después —una vez se hayan ido Cerezo y Gil Marín y nos envuelva la luz, como ahora las sombras— que conversen las autoridades y los nuevos dirigentes del Atleti, pero procurando cohonestar el bien del equipo y el de la urbe que lo acoge. Nada de regalos o espectaculares números de trileros jaleados por periodistas sin escrúpulos; el Atlético debe ser capaz de erguirse por sus propias fuerzas. Y si necesita otro estadio o completar el Calderón; o si es útil para ambas partes —insisto, la ciudad y el club— que, a cambio de lo que lo poco que aún posee, se le dé otra cosa, hágase enhorabuena. Entonces sí, pero sólo entonces.

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