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De bandas y bandoleros (23/09/2005)

A Luxemburgo lo quieren crucificar porque, según sus detractores, odia las bandas. Yo también. Odio, naturalmente, a las bandas de indocumentados que sirven la información deportiva actual. ¿Y por qué los detesto? Por idénticos motivos que Van Gaal. —¡¿Es usted tonto?!, estallaba el coach holandés cuando le recriminaban no alinear a los hermanos García Junyent y a Celades, aquellas figuras increíbles. —¡Se quiere cargar la cantera!, graznaban los luctuosos cuervos de la crítica.  Pero Van Gaal promovió a Xavi y a Pujol, y se deshizo de Oscar, Roger y Celades, quienes a juzgar por su trayectoria ulterior —lejos ya del insufrible pelmazo que les impedía desplegar su talento incomparable—, no le quitaron la razón; antes bien, se la dieron.

Sí, señor Van Gaal, son muy tontos y muy negativos, y usted hoy es una risible criatura del guiñol de Canal +. (De paso le diré que su gran error como mister fue confiar a ciegas en Kluivert, falso crack donde los haya, tozudez suicida por la que —¡caramba, qué casualidad!— no sufrió usted maldición alguna. No saben una jodida palabra de fútbol; no entienden y es probado.) Perdón por el colérico exordio; ahora vuelvo con Luxemburgo. En su difícil español ametrallado de portugués, el entrenador del Madrid accedió hace unas fechas —en mala hora porque los incondicionales de la chaladura no quieren lecciones sino éxtasis o linchamientos— a explicar el sistema que quiere para su equipo. No es un invento absoluto: la canarinha ha sido fiel a esa estrategia unos 20 años, quizá más. Y le ha ido de dulce: dos títulos en los últimos tres mundiales. Por supuesto no se trata de huir de las bandas, como si esos territorios limítrofes con los laterales del césped fuesen una tierra baldía para el juego. Se trata, más bien, de decidir cómo las transitamos, ¿con qué jugadores?, ¿de qué forma? Pues a base de laterales profundos.  (Ilustra lo dicho el papel de Roberto Carlos en el Madrid durante una larga década. Los merengues, gracias a ese formidable jugador, han podido actuar no ya sin extremo zurdo sino —lo que todavía es más asombroso—  ahorrándose también el interior zocato (Solari era un mero suplente y Guti nunca quiso la camiseta del “10” cuando tal vez poseía condiciones para enfundársela). Luxemburgo, que en diciembre dispondrá de Cicinho, es partidario de darles libertad al “dos” y al “tres” y descree de los extremos porque son poco orgánicos.  (Hace tiempo, señores de la crítica, que el delantero tipo Ronaldo asumió parte del trabajo del viejo wing —o ala—). En el fútbol de hoy, jugar con dos extremos plantea un problema: ¿cómo cerrar el campo cuando el oponente recupera el esférico y se dispone a contragolpear? El eje defensivo de un “once” a la brasileña lo conforman los dos centrales y el mediocentro; completa el dispositivo la proximidad de los interiores al volante de enlace y al mediocentro (es el famoso cuadrado al que algún imbécil de guardia ha puesto el calificativo de “mágico”, con torpe ironía que sólo puede volverse contra él.) Las bandas tienen que quedar libres para que puedan irrumpir por ellas tipos como Nelinho, Branco, Junior, Roberto Carlos, Belleti, Cicinho, etc. Este sistema, como otros, es discutible (los argentinos y los italianos prefieren, por ejemplo, que el “dos” y el “tres” marquen y no suban con alegría; ellos le dan más recorrido al interior, aunque tampoco emplean extremos), pero no calumniable a discreción, como esa canalla analfabeta de los periódicos y las radios parece suponer. ¡Cómo comprendo el obstinado mutismo de Bianchi! ¿Quién sería el Hércules de la palabra capaz de elevarse a pulso por encima de tanta idiotez? ¿Y acaso merecería la pena?

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