Se me saltan las lágrimas, Fernando.
Se me saltan las lágrimas, Fernando. Qué grande es tu pequeña escritura. Tanto como tu persona.
Qué lastima que te prodigues ya tan poco, y que otros, de cuyo nombre no quiero acordarme, ni siquiera comparzcan. Con vuestra raleza o vuestra ausencia, habéis empequeñecido este foro hasta casi la nada.
¿Te acuerdas de aquellos partidos de 'eternos', tantas veces perdidos entre el estruendo, en el anfiteatro, de mucho merengue camuflado, y acabados con el vuelo de las almohadillas hasta cubrir de rojo el césped?
¿Y de aquel pulular en las afueras del estadio entre 'camionetas' y gritos de ¡Ventas! ¡Cuatro Caminos! ¡Carabanchel!?
Por no acordarse ya de los cortitos de cerveza que aprendí a degustar en Los Vascos y calles adyacentes, las viseras de papel recio y forma de teja con la gomita, para protegerme del sol en la lateral del Metropolitano, con los retornos, alegres o tristes, por el descampado de la Senda de los Elefantes. O los días de balonmano en el Buen Consejo, Palacio de Deportes y luego Magariños.
Aquellos domingos de misa, vermut y fútbol, o cuando tocaba fuera, de nerviosa búsqueda de la Gaceta a la salida del cine, para saber qué habíamos hecho.
Y qué decir de los lunes, aguantando, primero, al cabezón del Andrés o al chulito guaperas del Fernando, puteando al pobre y debilucho colchonero, para, después, soportar al Romano, el de mates, colchonero amargado que nos hacía pagar a precio de infancia atemorizada nuestras derrotas.
Y sí, me acuerdo de aquel himno con música casi de pasacalles valenciano, tan lejano de los sones marciales o huecamente épicos de sus sustitutos.
Lo dejo, que en mí, la honda belleza de tu escritura se hace, más que añoranza, pura y simple melancolía.
Lo peor, Fernando, no es que todo esto se haya ido, pues ley de vida es, sino que, aquí, ni siquiera el odioso fútbol posmoderno nos llega. Qué triste vivir el agotamiento de esta pasión, postrados por este irreversible estado de pura 'calamitosis'.
Mil y una gracias, que, como sabes, son muchísimas más que mil. Pues esa 'una', nunca vence. O así nos decían