Rara noche boloñesa, no demasiado calurosa, de este verano de quita y pón que nos toca sufrir desde hace meses.
Demasiado difícil de soportar para todos: los que adoran el horno estío y los que huyen de los fríos invernales. Demasiadas esperanzas malogradas para unos y otros, muñecos deslabazados en un vaivén que nadie entiende. Dicen que el maldito cambio del clima es el responsable. Como dar la culpa de la lluvia a las nubes o del calor al sol. “Es inevitable”, dice el viejo, no sin reconocer que jamás vivió tiempos como estos. Y cuando se le pide consejo responde que sus raíces no son ya tan recias como antaño, la vida le ha enseñado al buen morir. Estamos solos, piensa uno, sin el consejo y apoyo de los que supieron regir su destino y regalárnoslo a manos llenas. Y, con todo, no es posible aceptar la inhibición de quien un día tuvo del sol espejo en su mirada: ¿Por qué padre? ¿Ya no amas? Y entonces sus ojos sabios se empañan para decir: “Por supuesto”. “Si amas, vives. Y si vives, has de luchar”, respondo. Se alza, busca por primera vez mi brazo para sostenerse mientras, entero como antaño, proclama: “Ea, pues sea, pero contigo”. Y entonces recuerdo su mano segura y suave, conducirme hace treinta años hacia aquel cuadro fantástico, soñado, tapizado de verde, que se poblaría en pocos minutos con la pléyade de los ídolos de mi infancia. Dios bendiga el mismo ideal que hoy une de nuevo nuestras manos. Y sé que la suya sigue siendo la más fuerte.Acabo de hacer realidad su deseo de colaborar con ASdH.
Dicen que no hay mal que cien años dure, que tras la tempestad llega la calma, que las derrotas dolorosas suelen ser preludio de gloriosas gestas.
Dicen todo eso y aún recuerdo mi llanto en Vetusta. Eran lágrimas desconsoladas de alguien que llevaba tiempo sabiendo lo que iba a ocurrir; pero que no podía admitir que hubiese pasado.
Tenía una mano ensangrentada por un puñetazo a la grada y la cara tapada por una bufanda de orgullo que intentaba ocultar que el corazón se había roto, que dijo basta justo en el momento en que sonó ese cruel silbato...
Se llama Fernando, tiene 23 años y ya es Dios... Un Dios “menor”, por ser Niño, un Dios de un pueblo que lucha por su tierra, por sus recuerdos, por las derrotas, por los vencidos.
Se apellida Torres y es más alta y poderosa de lo que nunca podríamos imaginar los que estábamos en el campo aquél día.
¿Nos lo merecemos? Pues creo que sí. Aunque a veces tenga dudas.
El otro día lo volvió a dejar claro. Dónde no iría jamás y que tendremos la suerte de verlo otro añito.
Que será lo único que nos haga dudar de si será “otro timo” o la continuación del que hay ahora. Y es que nunca he estado de acuerdo en demasía con ése nuestro eslogan, al menos en lo que concierne a la segunda parte, ya que otro año, o temporada, sí es; pero el timo es el mismo, el de hace ya tantos años que ni me acuerdo.
Se queda D. Fernando, nuestro Rey, entre otras cosas, para que puedan criticarle esos fantásticos atléticos de boquilla, ávidos de desinformarse en el primer y más cutre panfleto que puedan encontrar, seguros en su absoluto desconocimiento de la historia del Club.
Para que podamos disfrutar de un pura sangre rojiblanco, de alguien que siente lo mismo que nosotros dentro del campo; pero él está en el césped, desesperado, sabedor de que es un crack y consciente de que se le negará TODO, porque ha vivido eso desde pequeño.
Y mirará incrédulo al árbitro cuando no le pitan esas faltas tobilleras que dejarían un mes en casa a cualquiera; sin embargo se levanta enseguida, está acostumbrado a ello y sabe cómo evitarlo, y eso enfurece más a las aficiones contrarias...
Y cinco minutos después no llegarán a darle, la elegancia de los elegidos se manifestará en un perfecto galope hacia el área, para encarar al portero.
Alguno pensará "¡Otra más que falla!", sin tener en cuenta que lleva corriendo como un loco todo el partido, llegando a balones imposibles y acumulando un cansancio que resulta poco compatible con la lucidez. Otros permanecerán atentos para fundamentar una opinión que todavía no tienen clara...
Y algunos, para quienes es nuestro hijo o la representación de lo que siempre quisimos que saliese de la cantera o el último mohicano, el heredero de un antiquísimo legado INDIO, o simplemente nuestro Niño. Algunos, digo, desearemos con todo el corazón que marque. No ya por ganar o perder el partido, sino por verle feliz. Por ver esa sonrisa de pícaro en su cara, de cómplice con los que llevamos esa sangre rojiblanca que nos hermana.
Imagino que el día del Mallorca habrá quedado en la memoria de muchos de vosotros. De la mía espero que nunca se borre y por si algún día la salud me hace una mala jugada he decidido guardarlo.
Alguno estará sorprendido del gol elegido por aquellas cosas que tiene el Aleti de que después nos empatan a lo tonto y eso...
O porque no es que nuestro Niño vaya necesitado de golazos, sin ir más lejos el del Coruña, como para tener que recordarle por ese balón picado en carrera...
Pero es que lo bonito de ese tanto es lo que vino después. Deja que todos los compañeros le abracen y se levanta tranquilo, sonriendo y con la cara de travieso que conocemos. Mira hacia atrás, hacia el Frente, y con sonrisa de complicidad da dos golpes en el pecho para contarnos lo que ya sabíamos: que nos quiere, que ama a éste Club al menos tanto como lo podemos hacer nosotros. Que se siente orgulloso de ser denostado, vilipendiado y no reconocido por su negativa constante a acercarse siquiera a la parafernalia blanca.
Que forma parte de la grada, aunque está en el campo, y que Dios le ha dado una espalda para soportarlo todo.
Mucho tiempo hacía que no teníamos esas sensaciones. Al menos yo desde Paulo (y creo que ésta es cien veces más intensa). Nos las quieren quitar, es probable que lo hagan (mi opinión es que no, que conste), pero lo que sería duro es ver al Niño mendigando una salida.
Actitudes como ésta generan, ya están generando, nuevas camadas de atléticos orgullosos. Hijos de la desesperación y del fracaso; pero adoradores de un “Dios menor”, de casa, ejemplo de lo que cualquiera podría lograr saliendo de nuestra cantera.
Que nos de un año más de ganas de ver fútbol y luego... Luego ya lo pensaremos. Igual somos campeones y decide quedarse, porque soñar es gratis aunque nuestros dirigentes no.
Dedicado a Antonio (al que conocí) y Enrique (del que llevo nombre)
Mis abuelos
Pocos recuerdos puedo guardar nítidos de mi abuelo. La memoria visual se debilita deprisa, y sólo a veces, con el espíritu tranquilo, cierro los ojos e inspiro lentamente, y vuelve a mí el olor de los veranos en Madrid, en el viejo barrio de Chamberí. Así puedo evocar la figura, espigada y de movimientos exquisitos, de mi abuelo. Y recuerdo que, a corta edad, para verle de cuerpo entero yo tenía que elevar el mentón hasta apuntar con él a las lámparas del salón. Por ello, y ante la falta de equilibrio que aún hoy padezco, me limitaba la mayor parte de las veces a hablar con su voz, a abrazar sus muslos, a sentirme confortado por el tramo de pantalón de franela gris y camisa de lino blanca que alcanzaba a ver. Era un mundo el mío a media altura, pero él usaba su gran estatura para acercarse a mí, y eso me permitía gozar de su charla llena de bondad, de su paciencia infinita, de su amor por sus cosas. Entre ellas, su nieto. Sé de él que nació en Los Palacios, que recogió los campos, que se sacó un carné de sindicato que le llevó dos años a la cárcel, y otro de conducir que le llevó el resto de su vida a Madrid. Sé que así acabó conociendo al embajador de Holanda y llevándole de la calle Zurbarán a donde se terciase, pues por aquel entonces las gestiones se terciaban. Y sé que así conoció a mi abuela, que triplicaba trabajos en el Madrid de posguerra para sacar a siete hermanos adelante: enfermera en la calle bajo las bombas, señorita de aseo en el Banco de España, practicante en la calle Zurbarán.
Nació así mi madre de las relaciones diplomáticas, prosperaron mis ascendientes en las afueras de esta ciudad, que por entonces, por el norte, rodeaban los llamados Nuevos Ministerios. Iban los domingos a una vaguada que había entre las que hoy son la Orense y Padre Damián, pero en cuanto aquel paraje se llenó de mugre emigraron con las tortillas a dehesas más limpias y ambientes más sanos. Mi madre, hija única, guardó gracias a este leve gesto el candor y la decencia de las que iban a las Hijas de la Caridad, y así nací de familia sin mancha, senza un attimo de duda.
Mi abuelo, como decía, alma tranquila, aguas cálidas y limpias, consiguió dominar el temperamento de mi abuela y aplacar los disgustos de mi madre con su paz interior y su amable tono. Y a mí me dejó unas palabras que aún hoy me alivian cuando no queda más esperanza: “No te hagas mala sangre”. Él creía que no merecía la pena sufrir por veintidós hombres corriendo tras un balón, cuando seguramente éstos tuvieran dinero para comprarse uno cada uno.
Tan agudo, tan amante, tan genial. Dejaste un grandísimo recuerdo. Felicidades abuelo.
Mi otro abuelo fue concebido y vio la luz en la mejor primavera de principios del siglo pasado. Ocurrió en algún lugar del norte, allá donde los hombres son recios en todos los sentidos y las mujeres hermosas en su acepción más sana. Surgió del ánimo más que de los vientres, y fue desde el principio multidisciplinar en el deporte, y amante concreto del fútbol. A los cuatro años tuvo que desligarse de su ancestro, de su propia sangre, asentarse en Madrid. Y a los seis ya sufrió su primera situación financiera delicada.
Así comprendió, quizá demasiado pronto, que la vida iba a ser luchar, jugar al contraataque, arrostrar su sólida cintura en los vaivenes del devenir para esquivar los golpes, y de recibirlos, levantarse de nuevo y seguir luchando.
A los veinte años y diecisiete días visitó por primera vez la gradona, y se estrenó con un pequeño triunfo. Estudiar y jugar era la vida, y la tecnología nunca trajo una más plena. Fuerte, sano, no había salido aún ganador en nada, pero ya había triunfado. Después vino la guerra, el parón, los apuros, y fundir su cuerpo con la aviación. Así conoció finalmente a Victoria, diosa alada, busto pétreo, canon de un séptimo, peplo y tocado en Madrid a imagen y semejanza de Christian Dior. Y así yació mi abuelo, en el sentido bíblico, dos veces con la Victoria, una en el verano del 40 y otra en el del 41.
Y ella se dejó querer, y le prometió más a futuro, y se regocijaron en Madrid (y por Zamora), y bebieron unos años de las mieles de ese amor primero, que es siempre el más fuerte por incuestionable. Y tras un lustro decidieron no amarse en otros idiomas, y mi abuelo decidió ser un héroe simplemente atlético, sin otros fonemas, y un año después dejó de ser aviador, sin dejar de ser él mismo. Aquel mismo día tomó la mano de su amada, la introdujo en una vieja herida del tiempo y con los cuatro dedos finos manchados en sangre dibujó unas bandas sobre el pecho de ella. Primero, sobre la seda que estrenaría en su vestimenta la temporada siguiente. Tres años después, en 1950, sobre la cristalería del hogar ya casi treintañero. En él yacerían de nuevo, como en los viejos tiempos, una vez cada verano. Pero qué vez, qué verano, qué vez y qué verano. Entre sudores y culminaciones, seda y cristal quedaron por siempre marcados, adscritos a su historia de amor y olvidos.
Un año después, mi abuelo comenzó a trabajar para el Marqués, pero éste duraría poco. No iban con mi abuelo las ínfulas, con esos adornos no se trabaja, y peor aún si son de lana blanca. El Marqués vio su error, y mi abuelo buscó a don Vicente, norteño como él, con espaldas tan anchas, y dispuesto a correr sus riesgos para sacar a todos adelante. Con don Vicente vinieron tiempos inmejorables: mojó la oreja a los vanidosos vecinos, dos veces incluso en casa de éstos. Llevó a mi abuelo por Europa, paseó su nombre desde Glasgow hasta Stuttgart, le invitó a copas y recopas y mi abuelo las disfrutó hasta el íleon y el ilion. El amor se volvió a materializar por quinta vez entre mi abuelo y Victoria, una sexta justo en Domingo, y una séptima que bajó del cielo. Pero fue este advenimiento, este exceso de amor de mi abuelo, conseguir si no la luna sí las estrellas, lo que rompió el hechizo meses más tarde: la noche de San Isidro, Victoria le dejó un instante, y allí pareció caerle a mi abuelo un maleficio, y por primera vez se sintió y cayó derrotado.
Aun así siguieron los viajes, los triunfos, las estrellas. La octava la bajó Luis, un sabio del barrio hecho también a sí mismo, primero electricista, luego maestro. Don Vicente, algo cansado de su tarea, satisfecho seguramente por lo vivido, se retiró dos años después al campo. Y mi abuelo, como Nietzsche, ya nunca se recuperaría del todo de un segundo abandono. Victoria empezó a olvidarse de él, la Hacienda a bambolearse entre dueños, las pupas a salir a flote. Y una noche de San Juan, mi abuelo quedó herido de muerte. Y sólo tres días después, el 27 de junio de 1987, mi abuelo volvió a ser derrotado. Y esa misma noche, sin que yo pudiera votar para evitarlo, y aunque mi voto tampoco lo hubiera escuchado Dios, mi abuelo pasó a otra vida. Quizá la muerte, quizá el purgatorio, ni Dios sabe lo que él quiere de nosotros, y su indecisión es nuestra incertidumbre, y su impericia la muerte de nuestras almas.
Victoria vino a visitar la casa tres o cuatro veces tras la desaparición de mi abuelo. En los veranos del 91 y en el 92, una vez cada año, como en recuerdo de lo que fue vivir con mi abuelo. Ni ella ni nadie quiso firmar el acta de defunción que las instituciones emitieron, en junio del 92. Y una vez más, que yo sepa, Victoria visitó nuestra casa en 1996, pero no sé si fue solo espejismo, o verdadera aparición de un fantasma. Desde entonces, me cuentan los amigos, Victoria también nos ha dejado, quizá para siempre. Yo aún espero que vuelva, pero tengo miedo. Porque quizá nos encontremos ya en el cielo, y eso significará que mi abuelo, ni por sí ni por mí, estará para abrazarla.
Él habría cumplido hoy ciento cuatro años. Felicidades abuelo.
Debería existir una palabra para definir la enfermedad y síntomas de quien no sabe quién es. Algún término griego con tintes médicos y onomatopeya pomposa.
Algo así como "anonimatosis", o "difusalgia". ¿Qué eres? ¿Eres siquiera? ¿Existes porque te damos todos el mismo nombre (o definimos todos lo mismo, de tan distintas maneras)? ¿Eres tan único que eres sólo en lo que te diferencias?
¿Quién eres? ¿Quién quieres ser?
¿Eres lo que quieres ser?
Te veo querer ser Jacob, eres Esaú. Te pintas Abel, te conocen Caín. Sales de víctima en los mentideros y de rufián en los mensajeros. Secuestrado por conocidos, sociedad anónima, pelele de campeonato. Omne tibi impune lacessit, Vorsprung durch Technik, Dolce&Gabanna, lo que los demás digan de ti. Y así no hay manera de saber quién eres.
Campeón o simple ganador. Guadamecil rematado o cordobán sin remate. Arraclán de escribidores sin honra, o pupitre de ilustres plumas, en el anochecer, bajo velas sin barco. ¿Qué eres, lo que tanto me poblaste?
Fuiste Athletico en mis cartas a los Reyes, en el 1X2, en el salto del b/n al color. Fuiste orgullo, coraje y corazón. Fuiste rabia, amor y decepción. Fuiste y ¿eres?, dime, ¿eres?, ¿queda algo de ti? ¿Una señal, un resquicio, una marca? Señor, una dichosa marca... un amor hacia algo sublime, abstracto, sin razón: un amor esclavo, más cuanto más etéreo, como el sentido por alguien que nunca pudimos tocar, a quien no vimos hablar, ni siquiera comer, ni mucho menos cagar. Alguien cuya personalidad sólo imaginamos en onanismos virtuales, alguien del que al preguntarnos "¿quién eres?" cabrían tantas dudas. Y en la duda, la condena, impartida por el agresor: la hagiografía de una imagen, virgen en nuestro ideario, sacacuartos de nuestro bestiario. Nada legal ni legítimo.
En el fondo, creo que lo que me genera esta duda, no es que seas o dejes de ser. Es que no eres dueño de ti mismo. Y cuando no sabes quién eres, ni crees saberlo, ni tienes voz interior que lo sepa aun sin necesidad de verbalizarlo, corres el peligro de creerte ser lo que los demás te digan. Para bien y para mal. Quizá alguien debería saberlo por ti. Pero por desgracia no tienes dueño, y el que hoy te esclaviza tampoco te posee, así que nadie sale en defensa tuyo, y estás a merced de la opinión. De cualquiera.
Una pista más sobre el delito de esta ignominia. Sería mejor la muerte (?).
Llegaba Paulino Uzcudun y decía buenas tardes llevándose la mano al sombrero. Mi padre y mi tío respondían al saludo con la emoción contenida de dirigir la palabra a quien había merecido una derrota con Louis en el Madison. Eran las cuatro de la tarde y en el segundo anfiteatro no había más de trescientas personas. Hacía siempre frío y cuando el sol de invierno se quedaba diez minutos sobrevenía el sueño y terminaba venciendo a un hombre flaco que detrás de nosotros golpeaba el cemento con su herida, quiero decir con su cabeza, que era una herida de soledad y de tristeza y de haber comido pan y vino oscuro en los últimos lustros.
Las piernas de los jugadores brillaban con el brillo turbio del linimento, las medias eran azules con la vuelta roja, los balones marrones y grises, usados y sonaban a cuero duro, a vacío, como yo los oía sonar muy cerca en el campo del Gas, por la mañana, con aquel perfume del gas entre las tapias hendidas todavía por las balas de la guerra civil.
Madrid ya no era una ciudad de un millón de cadáveres sino que las niñas olían a fresa y el ruido de los automóviles parecía un allegro en mitad del asfalto. Pero aún era posible imaginar un crimen en Calvario o Miraelsol, una casa de putas con brasero, un estampita en la estación de Atocha.
Digo que salía Rodri con las manos desnudas y Luis con cara de haber dormido mal. Eran domingos gris perla y también dorados, domingos varón dandy; no como los domingos del Madrid, de un sol blanco y romano en las terrazas de la Castellana. Entonces sonaba un himno del que nadie se acuerda y que empezaba diciendo "En pos de la victoria marcha el A t l e t i de Madrid" y alguien nos ofrecía vino en una bota y aquel estadio gris y enorme ya empezaba a educarnos, a llamarnos secretamente con una voz macho y tierna a la vez.
Yo jugaba al fútbol en los jardines del Prado, amparado por la estatua de Velázquez. Regateaba como Ufarte y celebraba los goles como Luis, saltando y, en el aire, abatiendo violentamente el brazo derecho de atrás adelante. En mayo, los viernes, al anochecer, venía a buscarnos mi padre y al regresar a casa los patios y las pensiones de Atocha olían a tortilla, a pollo y a adulterio y crepitaba el aceite en las cocinas y cantaba Rosita junto a la ventana, que su voz era exacta a la de Rocío Durcal.
Se me saltan las lágrimas, Fernando. Qué grande es tu pequeña escritura. Tanto como tu persona.
Qué lastima que te prodigues ya tan poco, y que otros, de cuyo nombre no quiero acordarme, ni siquiera comparzcan. Con vuestra raleza o vuestra ausencia, habéis empequeñecido este foro hasta casi la nada.
¿Te acuerdas de aquellos partidos de 'eternos', tantas veces perdidos entre el estruendo, en el anfiteatro, de mucho merengue camuflado, y acabados con el vuelo de las almohadillas hasta cubrir de rojo el césped?
¿Y de aquel pulular en las afueras del estadio entre 'camionetas' y gritos de ¡Ventas! ¡Cuatro Caminos! ¡Carabanchel!?
Por no acordarse ya de los cortitos de cerveza que aprendí a degustar en Los Vascos y calles adyacentes, las viseras de papel recio y forma de teja con la gomita, para protegerme del sol en la lateral del Metropolitano, con los retornos, alegres o tristes, por el descampado de la Senda de los Elefantes. O los días de balonmano en el Buen Consejo, Palacio de Deportes y luego Magariños.
Aquellos domingos de misa, vermut y fútbol, o cuando tocaba fuera, de nerviosa búsqueda de la Gaceta a la salida del cine, para saber qué habíamos hecho.
Y qué decir de los lunes, aguantando, primero, al cabezón del Andrés o al chulito guaperas del Fernando, puteando al pobre y debilucho colchonero, para, después, soportar al Romano, el de mates, colchonero amargado que nos hacía pagar a precio de infancia atemorizada nuestras derrotas.
Y sí, me acuerdo de aquel himno con música casi de pasacalles valenciano, tan lejano de los sones marciales o huecamente épicos de sus sustitutos.
Lo dejo, que en mí, la honda belleza de tu escritura se hace, más que añoranza, pura y simple melancolía.
Lo peor, Fernando, no es que todo esto se haya ido, pues ley de vida es, sino que, aquí, ni siquiera el odioso fútbol posmoderno nos llega. Qué triste vivir el agotamiento de esta pasión, postrados por este irreversible estado de pura 'calamitosis'.
Mil y una gracias, que, como sabes, son muchísimas más que mil. Pues esa 'una', nunca vence. O así nos decían
Hace años, bastantes, creía que el cielo era verde. Mis amigos se empeñaban en que era azul, a veces blanco; pero para mi era verde porque no imaginaba mejor lugar para estar que en el césped del Calderón.
En los días de invierno, de pie y muerto de frío, soñaba con saltar un día con la camiseta del Aleti a ese Campo que tanto amaba.
Imagino que todos queríamos ser grandes figuras del fútbol para ganar mucho dinero, ser famosos y… Y yo quería ayudar a mi equipo. Siempre pensaba que el día que ocurriese lo que tanto deseaba correría por diez, o por cien… Hasta que el corazón o los músculos me dejasen.
Como es lógico jamás ocurrió tal cosa. Por más que me esforzaba no dejaba de ser un jugador mediocre que manejaba únicamente la derecha.
Y cada quince días intentaba contribuir a que aquellos que sí habían sido agraciados con el don de jugar con “la rojiblanca” entendiesen lo que significaba el mero hecho de tener esa oportunidad para alguien como nosotros, que amamos al Aleti de la única forma que se puede amar a éste equipo: desesperadamente.
Gritaba, cantaba, bailaba. Reía y lloraba con nuestros triunfos y derrotas.
Hace unos años, menos de los que comentaba antes, ya me di cuenta de que el cielo no es verde. No al menos como la alfombra verde de mi Campo…
Empezaba a teñirse del color del verde de los billetes antiguos, con ciertas tonalidades grises del hormigón de los grandes complejos urbanísticos y encima mi cielo no era mío, sino de unos tipos que eran unos auténticos desconocidos y que se colaron en casa cual catastrófica plaga dispuesta a arrasar todo lo que oliese a sentimiento. Sólo apelaban a nuestro corazón para pedirnos más dinero, que utilizaban en campañas publicitarias que intentaban recordarnos lo que habíamos sido… Para mayor escarnio aún.
Parece que ahora los vientos no son demasiado favorables para los que quieren “crecer” como Club descapitalizándolo. La verdad es que me es indiferente, ese callo hace tiempo que se ha hecho demasiado duro.
Bastantes batallas he librado como para seguir intentando luchar contra todo lo que los que nos mangonean suponen.
Sólo quiero decir una cosa a quien quiera leerme: yo soy de donde hay un río.
Podrán quitarnos nuestro campo tras haberse gastado durante años un supuesto dineral en no menos supuestas reformas. Podrán trasladar a éste gigante dormido a las afueras, o a Toledo o… O acabar con todo, que en definitiva es de lo que se trata.
Podrán contarnos que se nos trata igual que a nuestros cómicos vecinos, a quienes su propia idiosincrasia les impide preocuparse ya que saben y sienten que alguien les sacará de sus problemas con esquinas, como putas, que es lo que son unos (los que les sacan) y otros.
Podrán hacer todo lo anterior; pero yo seguiré igual. Como si no hubiese pasado nada.
Cambiaré mi cielo por cemento, adoraré enormes rascacielos, acudiré a los pocos jardines que sobrevivan para hacerles entender que soy de donde hay un río, que jamás admitiré su cambio, como espero que ningún atlético lo haga a pesar de lo que pueda significar, ni aceptaré su podridamente engañosa propiedad.
Alguien habrá que tenga la mínima vergüenza para reconocer que el Aleti debe ser su propio dueño, que nadie puede hacerse portavoz de corazones que viven únicamente para su equipo cuando no existe en el suyo un mínimo rescoldo siquiera de honestidad.
Algún sector de los medios de comunicación tendrá que entender algún día que el Club Atle... de Madrid no puede ser motivo de mofa, ni sujeto habitual del chiste fácil.
¿Cómo conseguirlo? Pues no lo se, compañeros, ojalá lo supiese. Pero no creo que el sabotaje sea mala solución.
En el punto al que hemos llegado es posible que la forma de que entiendan el verdadero valor del Club sea que nos neguemos a todo lo que tenga que ver con el Atlético hasta que se marchen. Puede ser la muerte; pero será digna. Será luchando por aquello que amamos y que sólo nosotros entendemos.
Será diciéndoles que somos Atléticos, del Estadio Vicente Calderón, herederos de un magnífico trozo de la historia del fútbol mundial.
Que somos de donde hay un río, de la punta de una loma, de familia con aroma a tierra, tabaco y frío… Indios, colchoneros, sufridores… lo que ellos quieran; pero en nuestra casa, nuestra fría casa, llena de aluminosis, con incómodos accesos… y a la orilla del Manzanares.
Forza Aleti
Griffa, tu seudónimo no hace honor al jugador del mismo nombre que honró este Club, ganó copas, ligas y Recopa y siendo central tiró un día un cohete de 30 metros para ganar 0-1 en el Bernabéu. De la garra de jugadores como él se hizo un Atlético campeón. Ése que tú ignoras y, como la ignorancia es atrevida, desprecias.
Tú Atlético es el de la señora Rushmore y el hijo de la Miró. El de Cerezo y Gil, que mientras ganen para la caja no les importa que el equipo gane, porque no han sido seguidores de este club en la vida. El que no abuchea a Jurado y duda (pocos, pero los hay) del Niño. El que no es antimadridista porque no sabe los títulos que los blancos nos han robado desde infantiles a Primera División porque desde el 59 hasta el 90 simplemente, no se les podía ganar porque (yo lo he visto) te podían anular tres goles en un partido, expulsar a Gárate (¡ese santo varón!) en un partido decisivo. Eres del Aleti que inventó Cabeza aprovechando el bajón de Calderón y entronizó a los Gil (de hecho una azafata de Cabeza es ahora la santa esposa de Gil Marín). El de tortilla y pandereta. El de al negro lo mato. El Aleti que dilapida la plantilla de un Doblete en tres años y que permite que se insulte a los que lo consiguieron. El que olvidó su sección de balonmano. El que está lleno de jugadores que no saben qué es vestir la rojiblanca ni aunque tengan un histórico de 22 años que sabe lo que es eso. El de una afición inteligente y crítica. Bravía cuando hacía falta pero ocurrente como la Demencia (muchos de ellos compartían gradas, como nosotros jugábamos al balónmano en el Magariños... Cecilio, Rico, Uría... qué tiempos!). Ese Atlético que sólo queda en este foro y en el de Infierno Rojiblanco (lo demás, bazofia neoatlética), en Torres y en los que se lo hemos contado a hermanos, hijos y sobrinos... Ese Atlético en el que yo me eduqué en los 70: campeón de Liga, de copa, de la Intercontinental, subcampeón de la Copa de Europa en una final que jugamos contra la selección alemana que era el Bayern y nosotros con 5 bajas de titulares (Ayala y Panadero Díaz enre ellos) en la final y 7 (Irureta y un Luis de 37 años al que había que inyectar para que pudiera jugar unos minutos de la artrosis que tenía, pero que salía con la rabia de saber qué escudo defendía... Como lo sabía cuando un cuarto árbitro le dijo que no saliera de la zona técnica y él le respondió que no pisara el escudo del Aletico que hay al lado de los banquilllos . "¡Ese escudo no se pisa!". Eso es el Aleti. El que me enseñó mi padre que, cuando ya no tenía fuerzas cuando un cáncer se lo llevaba, sólo hablaba de la rojiblanca con sus hijos. Ese Aleti al que en los últimos días de mi padre, le eliminaron de la Copa (el Madrid) y tuve que salir de la habitación para llorar al saber que nunca más iba a ver ganar un título a su equipo. Ese Aleti que, cuando mi equipo ganó el doblete hizo que fuera a la tumba de mi viejo a contárselo. Ese Aleti de indios, argentinos, brasileños y fichajes de equipos medianos que se hacían grandes con nosotros. Ese Aleti del que no tienes ni puta idea. Pero no eres el único: te pareces a nuestra directiva, a nuestro secretario técnico, al que lleva la cantera... ¡Dios mío, qué pesadilla!
Siempre que un central toca bien el balón y lo saca jugado se establece la comparación con Luiz Pereira. Pero Luiz Pereira era mucho más que éso.
Imponía un respeto enorme al delantero. Sus movimientos eran deliberadamente morosos poque era su manera de expresarse en el juego y también porque esa actitud establecía por sí misma y desde el primer minuto una superioridad jerárquica (suya y de su equipo) con respecto al rival, pero al mismo tiempo era capaz de pasar en velocidad de cero a cien en un segundo. Aún pesando más de ochenta kilos, era una flecha y su salida al cruce suponía un ejercicio de autoridad. Era duro siempre y violento a veces -¿verdad, Juanito, Cruyff?- Cuando el centro del campo se atascaba, se atrevía al primer regate y se ofrecía en paredes a los medios, llegando a veces casi a la frontal del otro área. Era bueno por arriba y excelente por abajo. Visto desde la grada, daba la sensación de dominar él solo más espacio del que le es posible abarcar a un hombre, impresión que -Dios me perdone- a veces me produce nuestro delantero centro actual. Además, como ya he dicho otras veces aquí, hizo cosas que jamás se había visto en España hacer a un defensa.
Y si no, que lo diga ljrufo.
Hace ya tiempo de lo que voy a relatar. Más de cuarenta años, no recuerdo.
Caminaba
un joven por el Paseo de los Melancólicos cuando a lo lejos vislumbró
alguien que se le acercaba a toda prisa. Más aún, volaba hacia su
encuentro enarbolando lo que parecía ser una bandera rojiblanca.
No
habían transcurrido segundos y la poca distancia le pudo permitir
reconocer a un hombre de edad muy avanzada que, muy alterado, parecía
querer decir algo.
Balbuceaba;
pero no debido a la demencia senil, sino a la emoción, a las ganas de
transmitir, a la pasión que desbordaba. Llevaba su bufanda al cuello,
la de siempre, la colchonera…
“Soy del Aleti”, alcanzó a decir.
El
joven, entre el orgullo y el miedo, acertó a murmurar un entrecortado
“Yo del Madrid, aunque no me gusta mucho el fútbol” que ni siquiera fue
escuchado…
El anciano le hizo un gesto para que se aproximase y señaló a su pecho
“Escucha.
Es un corazón ajado, poca vida le queda, pero late contento de haber
vivido una historia de sentimientos. No ha tenido un minuto de descanso
y, sin embargo, aunque no puede recordar, sabe que no ha sido en vano.
Que la flecha rojiblanca que lo atravesó hace años fue su aliada en las
numerosas batallas que ha ganado y su consuelo en las que ha dejado de
ganar…”
Nada
más decirlo cayó al suelo. El joven intentaba sujetarle por el brazo;
pero parecía que el anciano deseaba realmente descansar, por lo que
suavemente dejó que se sentase en la fría acera, junto a una farola que
permitía ver los rostros en sombras, como difusos en la noche cerrada.
Le mostró su mano. Curtida, de hombre trabajador, con marcas profundas que revelaban una vida de esfuerzo.
“Está
muy gastada. Casi no me responde. Hace meses que no puede empuñar la
bandera de su Aleti y se siente inútil. A veces tiene momentos de
esplendor, cuando el Calderón canta, y saca fuerzas para ondear la
rojiblanca de izquierda a derecha. Luego se cansa, son los años, pero
ha sido una buena mano. No piensa, ni late, pero siente los colores
como el que más…”
Nuestro anciano amigo se tumbó. No le quedaban ya fuerzas para más.
El
joven dudaba entre atenderle o pedir ayuda; pero no pasaba nadie, daba
la impresión de que el tiempo se había parado en el Paseo…
Se
acercó, tanto que el aliento frío de ambos se cruzaba. Le sujetaba la
cabeza con firmeza, como sabiendo lo que iba a ocurrir
indefectiblemente.
“Mi
cabeza está ya muy vieja. Son muchos años de almacenar recuerdos. Pero
aún piensa, sabe que ha elegido el camino adecuado. Todavía tiene
fuerzas para hacer temblar a todo el cuerpo cuando escucha el himno,
aún levanta el vello al oir “Atleeeeti” y, lo mejor de todo, aún
recuerda todos y cada uno de los instantes vividos en el Calderón, en
su Templo, en su casa, en el mejor campo del mundo…
Ser
del Aleti es su religión, por y para ella han latido, ondeado y
sentido. Y ahora, que la segura muerte llega, sienten que sólo pueden
hacer una cosa más: contarle a alguien la verdadera razón de la vida
con la esperanza de que le sirva de ayuda…”
Falleció. Y el joven estuvo un buen rato a su lado.
El viento hacía ondear la bandera y, con ello, la bufanda parecía cobrar vida…
Las
recogió y siguió hacia el Calderón. Su corazón latía como jamás lo
había hecho, sus manos aferraban la bandera hasta doler y su cabeza… su
cabeza sólo pensaba en el próximo domingo, en el campo, con los suyos.
Y cuarenta años después caminaba
un joven por el Paseo de los Melancólicos cuando a lo lejos vislumbró
alguien que se le acercaba a toda prisa. Más aún, volaba hacia su
encuentro enarbolando lo que parecía ser una bandera rojiblanca....
El Atlético
perdió la descomunal batalla de los
seis millones de euros, ¡qué le vamos a hacer! Y uno lo siente por los
jugadores y el preparador, quienes después del desastre de la ida bregaron de
lo lindo en vuelta. Pero fue como nadar durante kilómetros y kilómetros para
morir a dos metros de la tierra firme. Una vez más las cuentas de la lechera se
revelaron tan endebles como los castillos de naipes. Es el sino de este club
bajo los Giles y Cerezos. Con la plantilla sin cerrar, alineando a futbolistas
como Simeone, Sergi o Aguilera —pundonorosos pero envejecidos— y a jóvenes
muy verdes y apocados: Jorge, Nano o Arizmendi, el Atlético le deparó otra
noche amarga a sus forofos. Y bastante hizo con nivelar la eliminatoria y
parecer capaz de superar a su contrincante, pero no hay que insistir en la mala
suerte, ni siquiera en los errores del árbitro —que los hubo y gruesos—, o
de nuestros jugadores desde el punto fatídico, sino más bien debemos
preguntarnos qué ha hecho el club para abrir la minúscula poterna de cerradura
oxidada por la que pretendíamos acceder a Europa. En mi opinión, nada útil,
peor aún: cometer desatino tras desatino. Debió
confeccionar la plantilla a tiempo. Ayer, Ferrando no pudo disponer de Salva,
Luccin, Velasco y el “ocho” que, aseguran, aún resta por fichar. Debió
tentarse la ropa antes de pregonar un éxito fácil —Gil Marín y su colega se
figuraban en julio que la clasificación era pan comido—. Debió quitarle
hierro, después de la derrota de Villarreal, al presumible fracaso y no
instigar a sus voceros de los periódicos a que graznasen el fúnebre augurio de
que, sin esos seis millones, el club estaba poco menos que desahuciado. (Tal pánico
ya lo difundieron cuando el Alteti bajó de categoría y permaneció en Segunda,
pero la pretensión de que 1.000 millones de las antiguas pesetas son cruciales
para el porvenir de una entidad que debe más de 40.000 es una falacia.)
Sí,
Gil Marín y Cerezo han sido muy negligentes y muy demagogos, y por ello será
difícil que el fiasco de la Intertoto no alargue su ominosa sombra de ciprés
sobre lo que resta de temporada —¡y aún no ha comenzado a rodar el esférico!—.
Ya veremos cómo encara el equipo el match
de próximo sábado, que inaugura la Liga. El Atleti parte con varios handicap: la costumbre de caerse, la conciencia de que, por quinto año
consecutivo, el club no militará en Europa, el cansancio y la desilusión de
sus hombres —aquí el míster tendrá que trabajar con denuedo para
restablecer la moral del conjunto—, etc. Aunque su más pesado lastre son los
tahúres a los que, por un puñado de euros, no les importa jugarse el porvenir
del club en una timba playera. Han convertido al Atleti en un infecto garito.
O sea, que una cabellera digna de peluquería
de unos nueve o diez euros.
Repaso mentalmente el partido del martes y sólo
recuerdo con agrado las dos cosas que hicieron Torres e Ibagaza, en cuanto a
calidad. Lo demás, una lucha y un sacrificio que, en principio, no me
reconfortan en exceso, pues se supone, o al menos yo supongo, que han de darse
por descontados, aunque aquí parecen sonar a gloria bendita. Cierto es que
también se vio cierto orden táctico en defensa y se intentó jugar el balón
con sentido, aunque esto pocas veces se logró.
En resumen, por lo que al panorama
general toca, me quedé con la sensación de haber visto un partido discreto
aunque interesante y emocionante, que con los tiempos que corren, para nosotros,
hasta deja buen sabor de boca.
¿La eliminación es injusta/justa? En el
deporte, salvo graves errores o parcialismo descarado de los jueces -y
yo no los he visto, la verdad, en esta ocasión-, la justicia la pone siempre el
resultado. Lo demás son monsergas. ¿Que los penalties son un azar? Falso.
El azar no existe, es una invención cognitiva humana. Además, ¿quién
creía ayer, cuando se hubo de recurrir a esta suerte decisoria, que el Aleti
podía decantarla de su lado? Creo que nadie con un mínimo de juicio. La
diferencia técnica entre unos lanzadores y otros, más la existente en este
lance entre los porteros, auguraban un resultado semejante al que se produjo.
Seamos serios, no como los amos, de cuya chapucería e imprevisión puede haber
dependido en gran medida este resultado. Si lo pagaran ellos solos, no me dolería,
pero lo malo es que, como es evidente, lo pagaremos todos; mejor ddicho, ellos
no lo pagarán -aumentarán la dueda-, y nosotros lo sufriremos -como
seguidores-.
Por lo que al futuro se refiere, el equipo
sigue produciéndome sensaciones no demasiado estimulantes. Dependemos
casi por entero de dos jugadores, lo que quedó más que patente en el penalty y
después de la salida de Ibagaza. Y, si bien es cierto que Luccin y quizá
Velasco pueden mejorar el equipo, sigo viendo poca seguridad por el centro de la
defensa y en la porteria, escasa calidad en los mediocentros defensivos, mas
sobre todo el vacío atacante más absoluto en las bandas.
¡Ah!, se me olvidaba. Jorge hizo lo que cabía
esperar. Por tanto, ninguna sensación especial, y ni tan siquiera algún
reproche al respecto (es un tema que ya me aburre, el de este chiquito). Y al
chaval, Arizmendi, no le carguemos muertos que no ha matado. Que lo manden donde
pueda jugar minutos suficientes para madurar, pues dejarlo aquí sería su
condena, muy probablemente.
Hace cuatro años, el 30 de mayo de 2000,
consumado el descenso, el Marca publicó una carta al Director, donde explicaba
que la afición estaba dividida. Y donde propugnaba refundar el Atletico Aviación,
punto de origen de nuestra más brillante historia.
Hoy no me cabe ninguna duda ya de ese
enfrentamiento histerico. Nos echamos la culpa unos a otros de la quiebra del
club, de quien ha hecho más para evitarlo, y de quien quiere un mejor
futuro...pero en realidad casi nadie da el primer paso para mejorar, para
empezar a andar. Incluso parece la partición de una herencia, heredamos el
atletico de Gil.
Ahora mismo, os lo digo muy claro y no exagero
un apice, ni lo utlizo de forma intencionada, la opción que me consta se
baraja desde el Consejo de Administración es vender el Calderón, para
solucionar la deuda contraida en los ultimos cuatro años y proporcionar
plusvalias suficientes para aceptar la transferencia de las acciones. Acciones
de una sociedad que por unico valor tendría su plantilla y su afición. Cien años
despues, lo mismo.
Consciente de esta realidad desde principio de
año he luchado por evitarlo. Esta esquizofrenia atletica, me alcanzó de lleno
sabedor de que cualquier solución pasa por sacar a los Gil del Club, que ya no
valian medias tintas. Hasta el punto de pedir cordura, mientras reclamaba
justicia desesperadamente. Mientras planeaba la ultima batalla, intentaba estar
presente en el armisticio.
Y he llegado a la conclusión de que todos
debemos perder algo en esta guerra. Debemos renunciar a aquello que consideremos
imprescindible para conseguir el objetivo, esto es: LA UNION.
He cambiado ciertamente mi vida y la de mi
familia por defender la única manera viable de sacar adelante el atleti: UNION,
COMUNION, juntarnos. Todo mi esfuerzo personal se ha volcado en consensurar
criterios, sentando a la mesa a los comensales más dispares e incluso
enfrentados. Intentar fumar la pipa de la paz, he fracasado una y otra vez, pero
también hemos tenido avances. AA es la base para conseguir un relevo desde
gente atletica solvente, pero necesitará la ayuda de todos: los medios, las
administraciones, las peñas, el frente, señales de humo, TODOS, PORQUE EL
ATLETICO ESTA MUY MAL. SI TUVIERA UN SOLO CORAZON COMO GIL, SU DESTINO SERIA EL
MISMO. Pero el atletico tiene muchos corazones impulsando sangre rojiblanca. Y
mientras uno lata, habrá vida.
No es el momento de analizar curriculum, ni de
ser el más duro de ningún sitio, ni de reclamar nuestro atleti. Es el momento
de tender la mano pensando que te la van a dar, sea así o no. Aun te quedará
otra mano para luchar. Todos hemos visto estos 17 años, y sólo depende de la
perspectiva para que nuestro analisis sea uno u otro. Pero existe una realidad
objetiva que os he intentado contar una y mil veces. O nos juntamos para
defender el atleti o esto será el principio de un éxodo que puede acabar con
todos en el infierno.
Yo no voy a renunciar a mi forma de luchar,
mezcla de diplomático servicial y guerrillero hostigador de conciencias. Pues
nadie me podrá demostrar que ese no es el camino. Lo es mientras el actual
Consejo no admita que ellos no son la solución al problema que ellos crearon. Y
que deben también perder algo por este nuevo atleti. Pueden quedarse con el
honor, defender el nombre de los que ya no estan aqui, pero no es posible seguir
exprimiendo la vaca.
El teclado, como el papel, lo admite todo. Pero
la grada no es este foro, y allí se respiran otros sentimientos, en gran parte
debido a la escasa y distorsionada información. Respetemos a la gente atlética,
su dolor verdadero, pues ha desaparecido su referencia de dos decadas.
Respetemos todas las manifestaciones sobre lo más importante que es el atleti y
su futuro. No queramos dar lecciones de atlético a nadie. Pensemos que todos
colaboran por un mejor futuro con su forma de vivir el atleti. Y quizás entre
todos seamos capaces de renacer de nuestras cenizas.
Si alguien es más atlético que los demás,
que lo diga ahora.
1) Los
prolegómenos. Los ríos de tinta empleados para convencernos de que el Madrid y
el Atlético, cuando contienden hoy, juegan un partido de la máxima rivalidad
son tan caudalosos como perfectamente inútiles: los aficionados que entienden
un poco de fútbol no se dejan engañar por semejantes tácticas de la
mercadotecnia, que constituyen una especie de “sopa boba” de escaso valor
nutritivo. Era casi imposible que el Atlético sin Torres doblegase al Madrid,
salvo que el Madrid tuviese un día muy aciago. Lo cierto y verdad es que, sin
su “nueve” —que aún no es más que una promesa—, el Atlético bregaría
a estas alturas de la temporada por no bajar a Segunda. La plantilla es mediocre
y el coach —cuya ineptitud va a ser
recompensada con una temporada más al frente del equipo— ha marginado a
varios de sus hombres más aprovechables (Movilla, Contra, el propio Novo…) y
premiado con la titularidad a voluntariosos ceros
a la izquierda: Gaspar, Aguilera, De los Santos… (Sobre la institución
nada añadiré a lo profusamente dicho desde que colaboro en esta página.) El sábado
por la mañana conversé con un amigo colchonero sobre el inminente match.
Llegamos a una conclusión: puesto que la victoria era punto menos que
impensable, lo mejor para el club era perder, y perder por paliza, perder como
el año pasado. (Los dos creemos que la gente del Calderón sólo despertará de
su sueño de eras —hecho de embustes y resignada abulia—, si las derrotas se
suceden como las tracas de un castillo de fuegos artificiales. Ya que el club
está salvado del descenso, lo más útil para su supervivencia no es acabar en
tal o cual plaza, al objeto de volver a Europa el año próximo, sino
coleccionar resultados adversos.) “Lo que no quiero bajo ningún concepto es
el empate” —remachó mi amigo— porque las tablas beneficiarían a Manzano
y a los golfos belitres que nos desgobiernan”.
2) El
acontecimiento. Ustedes habrán tenido ocasión de leer y escuchar a los
portavoces del lobby merengue. Según esa banda tontainómana —consumen chaladura
con la misma fruición con que otros le dan al porro—, el sábado se habría
impuesto el legendario carácter del Real que siempre sale a relucir en los
trances apurados. (Es un extraño género de carácter ese que se manifiesta una
jornada sí y dos no, que aparece contra el Atleti y desaparece contra el Mónaco
o el Zaragoza.)
En
realidad, el Madrid de ahora es un equipo de casados cuarentones y con barriga,
pero el sábado a las diez se enfrentaba a un conjunto de solteros sin
compromiso que no le dan una patada a un bote. (El carácter futbolístico está
en las piernas y no en el resultado que es donde lo indagan esos próceres
de la causa merengue.)
El carácter,
la noche de autos, corrió por cuenta del referee
que —como en docenas de derbis pretéritos, presentes y futuros— falsificó,
falsifica y falsificará el resultado del encuentro a beneficio de los
merengues.
En una
entrevista, que concedí hace ya algún tiempo al As, afirmé: “El poder del
Real Madrid envilece el campeonato”, pero el torpe —o astuto, vaya usted a
saber— transcriptor de la frase y monaguillo blanco puso en mi boca otra muy
diferente: “El Madrid envilece el fútbol”, con lo cual el sentido de la
aseveración queda desvirtuado, pues más parece una salida de tono propia de un
anti envidiosillo y tuerto por el
rencor que el producto de la evidencia arrojada por el moroso transcurrir de
innumerables ligas. En efecto, para todo el que no sea blanco del alma y necio
de meninges, es un hecho probado que el Madrid salta al césped con el riñón
bien cubierto de puntos. En este ejercicio la víctima de tan injusto y
antideportivo hándicap será el Valencia, pero la cosa no va con él; va con el
Madrid a cuya victoria son adictos demasiados forofos.
Pues
bien, perdió el Atleti, pero no como hubiésemos firmado
mi amigo y quien esto escribe sino al torticero modo que faculta a los Giles y
Manzanos para comandar el disgusto de la modorra gente del Calderón.
El robo, innegable, ofuscará a
los seguidores colchoneros, y así el inaplazable ajuste de cuentas de la afición
con los sujetos que arruinan la entidad y sus valedores en los diarios quedará
para el siguiente proyecto.
Sí,
perdió el Atlético, resucitó el Madrid, y ganaron Gil y Manzano. Disculpen si
no me felicito por el desenlace de tan épica jornada.
No señor, ya no.
No me pidan que sea optimista ni dar
oportunidades a los jugadores que vienen y no conocemos o que por desgracia
conocemos muy bien.
No me pidan que sea equilibrado en mis juicios
sobre la secretaría técnica y este nuevo proyecto.
No me pidan que sea mesurado en las opiniones
respecto a una afición acrítica, desinteresada y cainista.
No me pidan un esfuerzo tan grande como para
que me trague la supuesta bondad de los más de 10 millones de euros que han
puesto los actuales ya sí, máximos accionistas del club.
No me pidan que no sea sectario con los que no
opinan como yo respecto a la situación del club.
No señor, ya no.
Porque creo que éstos, como la inmensa mayoría
de los que han venido y vendrán con esta directiva, son jugadores mediocres,
sin el nivel necesario para jugar en este club, claro está según la idea que
tengo yo de club para el Atleti y ya estoy harto de proyectos y proyectos sin
ningún tipo de criterio futbolístico estable.
Porque creo que el actual secretario técnico
es una marioneta de los gil al que han pagado sus ‘servicios prestados’ como
en su tiempo a Tomás Reñones o a Santi ahora y poco criterio propio tendrá y
le dejarán tener.
Porque esta afición es la que aún piensa que
Gil, a pesar de todo, nos salvó sin profundizar en los porqués, y sigue
pensando que nuevamente nos ha salvado sin molestarse en contrastar diferentes
opiniones. Son los mismos que piensan que quien tiene que venir es un Vergara o
alguien con mucha pasta para desentenderse de su principal tarea, erigirse como
protagonistas de la salvación y propiedad del club. Eso sí, en cuanto les dan
un caramelo, aunque sea caducado, se crecen como campeones y si no también
porque es muy bonito pertenecer a lo que la prensa, esa misma a la que tachan de
madridista, califica como mejor afición del mundo.
Porque ese dinero que han desembolsado los
Delincuentes, dinero que espero sea controlado sus movimientos debido a las
experiencias pasadas, ese dinero les ha servido para hacerse de nuevo con el
control del club, y obteniendo unas acciones por valor de 19 millones de € por
11, consiguiendo más del 40% del capital por liquidar una supuesta deuda que
suponía menos del 5% del pasivo bruto. De bondad nada.
Porque con esa gente que sigue opinando que Gil
no es tan malo o que no lo ha hecho del todo mal después de todo lo que se sabe
y se sabrá, con esa gente, lo siento, TOLERANCIA 0.
No me pidan ya nada de eso, no señor.
A partir de ahora que sean los jugadores los
que me hagan cambiar mi opinión sobre ellos demostrando que efectivamente son
buenos jugadores tienen garra, clase, etc...
A partir de ahora que sea el secretario técnico
el que me haga cambiar mi opinión sobre él demostrando su independencia de
criterio y sus grandes conocimientos.
A partir de ahora que sea la afición la que me
haga cambiar mi opinión sobre ella demostrando que no sólo quiere al aleti
para sentirse parte de la mejor Afición del mundo, sino para salvar a este club
y posicionándose de manera contundente contra los que pretendan abusar y
servirse del club, sean los actuales o los futuros y entonces el calificativo de
Mejor Afición se lo habrán ganado de verdad.
A partir de ahora que sean otras personas los
que con argumentos y cifras de peso me demuestren que lo que los Gil
desembolsaron ha sido positivo para el club y no sólo para ellos.
A partir de ahora que sea esa gente que opina
positivamente sobre Gil la que me demuestre con sólidos argumentos la base de
sus opiniones y pueda tomar en cuenta su opinión.
Hasta entonces no me pidan más, ya no.
Un resabiado, sectario y pesimista.
Más artículos
< Página anterior -
Página siguiente >